lunes, 31 de marzo de 2014

Rezar con los 5 dedos: La oración que enseñó el papa Francisco 



1.El pulgar es el más cercano a ti. Así que empieza orando por quienes
están más cerca de ti. Son las personas más fáciles de recordar. Orar por
nuestros seres queridos es "una dulce obligación"

2. El siguiente dedo es el índice. Ora por quienes enseñan, instruyen y
sanan. Esto incluye a los maestros, profesores, médicos y sacerdotes. Ellos
necesitan apoyo y sabiduría para indicar la dirección correcta a los demás.
Tenlos siempre presentes en tus oraciones.
3. El siguiente dedo es el más alto. Nos recuerda a nuestros líderes. Ora
por el presidente, los congresistas, los empresarios, y los gerentes. Estas
personas dirigen los destinos de nuestra patria y guían a la opinión
pública. Necesitan la guía de Dios.

4. El cuarto dedo es nuestro dedo anular. Aunque a muchos les sorprenda, es
nuestro dedo más débil, como te lo puede decir cualquier profesor de piano.
Debe recordarnos orar por los más débiles, con muchos problemas o postrados
por las enfermedades. Necesitan tus oraciones de día y de noche. Nunca será
demasiado lo que ores por ellos. También debe invitarnos a orar por los
matrimonios.

5.Y por último está nuestro dedo meñique, el más pequeño de todos los
dedos, que es como debemos vernos ante Dios y los demás. Como dice la
Biblia "los últimos serán los primeros". Tu meñique debe recordarte orar
por tí. Cuando ya hayas orado por los otros cuatro grupos verás tus
propias necesidades en la perspectiva correcta, y podrás orar mejor por las
tuyas.



El tazón de madera

Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado solo.
Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.

El viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años. Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban. La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían que alimentarse fuera un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel.
El hijo y su esposa se cansaron de la situación. "Tenemos que hacer algo con el abuelo", dijo el hijo. "Ya he tenido suficiente. Derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo".
El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo. Se le acercó y le preguntó dulcemente: -"¿Qué estás haciendo?" Con la misma dulzura el niño le contestó: "Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos." Sonrió y siguió con su tarea. Las palabras del pequeño golpearon a su padre de tal forma que quedó sin habla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. El padre contó lo sucedido a su esposa y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.
Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa parecían molestarse más cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.
Los niños son altamente perceptivos. Sus ojos observan, sus oídos siempre escuchan y sus mentes procesan los mensajes que absorben. Si ven que con paciencia proveemos un hogar feliz para todos los miembros de la familia, ellos imitarán esa actitud por el resto de sus vidas. Los padres y madres inteligentes se percatan que cada día colocan los bloques con los que construyen el futuro de su hijo. Seamos constructores sabios y modelos a seguir. La gente olvidará lo que dijiste y lo que hiciste, pero nunca cómo los hiciste sentir.
He aprendido que puedes decir mucho de una persona por la forma en que maneja tres cosas: un día lluvioso, el equipaje perdido y las luces del arbolito enredadas. He aprendido que independientemente de la relación que tengas con tus padres, los vas a extrañar cuando ya no estén contigo. He aprendido que aún cuando me duela, no debo estar solo. He aprendido que aún tengo mucho que aprender.

viernes, 28 de marzo de 2014

LA TENTACIÓN

Los relatos evangélicos que hablan acerca de la tentación que sufrió Jesús en el desierto constituyen un episodio programático que contiene las decisiones fundamentales del Señor y el significado de su venida al mundo. El tentador le hace a Jesús tres propuestas frente a las cuales Él responde con una elección que apunta a una opción de amor que culmina en la ofrenda libre y gratuita de su vida por todos. Su vida fue siempre una existencia para los otros.
La tentación que padece Jesús no se entiende con el significado de “tentación para el pecado”; sino, más bien, un examen. Así, Jesús, podemos decir, pasa un examen que tiene que ver con la aceptación de la misión que ha recibido de Dios Padre. Esta tentación tiene tres momentos. El primero tiene que ver con las exigencias del hambre: “Di que estas piedras se conviertan en pan”. El segundo hace ver al diablo como gestor del poder político: “Te daré todo este poder…si te postras ante mí”. El tercer momento busca quebrar la identidad del Hijo de Dios: “Si Tú eres el Hijo de Dios, lánzate…” Las tres propuestas tentadoras encuentran una clara respuesta de parte de Jesús, que podemos sintetizar en la expresión “no tentarás al señor tu Dios.
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Se trata de situaciones que hacen referencia al “tener”, al “poder” y al “narcisismo”. En cada una de esas situaciones se esconde la confrontación entre un mesianismo político, de oder y de gloria y un mesianismo espiritual de impotencia y humillación. Sin embargo, se orienta hacia algo inesperado para el tentador: la obediencia a la voluntad salvífica del Padre. Esta opción de Jesús llegará a su culmen en la Cruz, donde se dará la victoria frente al tentador. El camino es insólito: el de la Cruz; la meta es insólita también: el triunfo de la Resurrección.
Este episodio del relato de la tentación es, desde el punto de vista de la pedagogía evangélica, una advertencia para todo creyente. La tentación del “tener” consiste en organizar la vida en una dimensión únicamente material. Esta tentación produce miedo a “perder” cuanto se posee y lee la vida en términos materialistas. La tentación del “poder”, cualquiera que sea su manifestación, abre las puertas de la opresión y del menosprecio a la dignidad de la persona humana. La tentación del “narcisismo” es la tentación originaria del ser humano de querer ser como Dios. Esta lleva al egocentrismo: el individuo se preocupa sólo de sí mismo y excluye al otro y a Dios mismo.
Las tres expresiones de la tentación, además de abrir las puertas al pecado, apuntan a una ruptura con Dios. Es lo más grave. Caer en ella es introducirse en el mundo de la oscuridad. La respuesta de Jesús para vencerla es la opción de comunión con el Padre Dios. No es la de los criterios del mundo. Por eso, el mismo Jesús se autopresenta como el siervo de Dios (Yahvéh). El creyente en Jesús debe imitarlo: también ha de tomar la Cruz hasta llegar a la Pascua. Así, la tentación será vencida y el creyente podrá actuar en el nombre del Señor.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal
http://diocesisdesancristobal.org/

«Cuando tenemos sed espiritual, nos quema el corazón»



«El ser humano tiene sed de muchas cosas: de felicidad, de amor, de alegría, de amistad, de verdad, de paz, de libertad. Pero se abrasa por no poder alcanzar estos bienes deseados. Cuando tenemos sed física nos quema la garganta; cuando tenemos sed espiritual, nos quema el corazón. Tal vez el hombre no sabe buscar adecuadamente y en vez de acudir al manantial de agua viva, va a beber en aguas infectadas de ideas y de modas contrarias al amor de Dios; se abreva en aguas putrefactas, que le llevan a la muerte. Esta es una experiencia común.


En el encuentro con la Samaritana en el pozo, aparece el tema de la “sed” de Cristo, que culmina con el grito en la cruz: «Tengo sed» (Jn 19, 28). Ciertamente esta sed, como el cansancio, tiene un fundamento físico. Pero Jesús, como dice san Agustín, “tenía sed de la fe de esa mujer” (In Ioannis Evangelium, 15, 11), al igual que tiene sed de la fe de todos nosotros. Dios Padre le envió para saciar nuestra sed de vida eterna, dándonos su amor. Para ofrecernos este don Jesús pide nuestra fe. La omnipotencia del Amor respeta siempre la libertad del hombre; toca a su corazón y espera con paciencia su respuesta (cf. Benedicto XVI, Angelus, 27.03.2011).
Jesús nos invita a una relación de amistad y de intimidad con él, que tendrá su cumbre en la hora de su muerte, cuando exclame: «Tengo sed» (Jn 19, 28). Ni el agua que pide a la samaritana, ni la sed que expresa en la cruz tienen sólo significación físico; más bien se convierten en una invitación a unirnos a él esponsalmente, formando un solo cuerpo con Él; esta realidad es la que acontece y se realiza en la Eucaristía.



Acudamos, queridos fieles, a Cristo, manantial de agua viva; renovemos nuestra fe en él, reavivemos la gracia bautismal, que nos hizo hijos de Dios. Demos gracias a Dios, que nos ha llamado a ser partícipes de su vida; que nos ha concedido pertenecer a su pueblo, que es la Iglesia. Nadie puede pretender ser hijo de Dios y miembro de la Iglesia, sino que es un regalo de Dios. Él nos invita a alabarlo y adorarlo, desterrando de nosotros otros diosecillos, que a veces ocupan nuestro corazón, nos atraen y cautivan. La mentalidad de nuestra sociedad penetra en nosotros, como por ósmosis, y se nos puede pegar como el polvo del camino. Necesitamos momentos de encuentro y reflexión, que nos ayuden a ser más críticos, para ver la realidad desde la luz de Cristo, desde el Evangelio. Este es un ejercicio que hemos de hacer diariamente, para no “despistarnos”; es decir, para no salirnos de la pista o del camino. Los cristianos, a veces, nos despistamos y hemos de “en-pistarnos”, es decir, volver al “Camino”, que es Cristo».
Mons. Catalá
Obispo de Málaga