lunes, 30 de junio de 2014



El Papa: hoy en día hay más mártires cristianos que en los primeros siglos


Hay más cristianos perseguidos hoy que en los primeros siglos: es lo que dijo Papa Francisco en Santa Marta, quien presidió la misa en el día en que recordamos a los santos Protomártires de la Iglesia Romana, cruelmente asesinados a los pies de la colina del Vaticano por orden de Nerón después del incendio de Roma en el año 64:
La oración al inicio de la Misa recuerda que el Señor ha “fecundado con la sangre de los mártires los primeros brotes de la Iglesia de Roma”. “Se habla del crecimiento de una planta”, afirmó el Papa en la homilía, y esto hace pensar en lo que decía Jesús: “El reino de los cielos es como un hombre que ha arrojado la semilla a la tierra, luego va a su casa y – duerma o esté despierto - la semilla crece, brota, sin que él sepa cómo lo ha hecho”. Esta semilla es la Palabra de Dios que crece y se convierte en el Reino de Dios, se convierte en Iglesia gracias a “la fuerza del Espíritu Santo” y al “testimonio cristiano”.
“Sabemos que no hay crecimiento sin el Espíritu: es Él quien hace la Iglesia, es él el que hace crecer a la Iglesia, es él el que convoca la comunidad de la Iglesia. Pero también requiere el testimonio de los cristianos. Y cuando el testimonio llega al final, cuando las circunstancias históricas nos piden un testimonio fuerte, allí están los mártires, los más grandes testigos. Y aquella Iglesia es regada por la sangre de los mártires. Y esta es la belleza de martirio. Comienza con el testimonio, día tras día, y puede terminar como Jesús, el primer mártir, el primer testigo, el testigo fiel: con la sangre”.
Pero hay una condición para que el testimonio sea verdadero, agregó el Papa – “debe ser sin condiciones”

“Hemos escuchado el Evangelio, el que dice al Señor que lo sigue pero con una condición: ir a despedirse o a enterrar a su padre... el Señor lo detiene: “¡No!”. El testimonio es sin condiciones. Debe ser permanente, debe ser decidido, debe ser con aquel lenguaje que Jesús nos dice, que es tan fuerte: “Que tu sí sea sí, que tu no, no”. Este es el lenguaje del testimonio”.

“Hoy - dijo el Papa - miramos esta Iglesia de Roma que crece, regada por la sangre de los mártires. Pero también es justo - continuó - que pensemos en tantos mártires de hoy, tantos mártires que dan su vida por la fe”. Es cierto que han sido muchos los cristianos perseguidos en la época de Nerón, pero “hoy - señaló - no son menos”:
“Hoy en día hay tantos mártires en la Iglesia, muchos cristianos son perseguidos. Pensemos en el Medio Oriente, los cristianos que deben huir de las persecuciones, los cristianos asesinados por sus perseguidores. También los cristianos expulsados de manera elegante, con guantes blancos: esta también es una persecución. Hoy en día hay más testigos más mártires en la Iglesia que en los primeros siglos. Y en esta misa, recordando a nuestros gloriosos antepasados​​, aquí en Roma, también pensamos en nuestros hermanos y hermanas que viven perseguidos, que sufren y que con su sangre hacen crecer la semilla de tantas pequeñas iglesias que nacen. Oramos por ellos y también por nosotros”.

(GM – RV)



martes, 27 de mayo de 2014

Meditación: Juan 16, 5-11



Jesús dijo que el “Paráclito” (el Espíritu Santo), convencería al mundo acerca del pecado, la justicia y el juicio. ¿Qué significa esto?
Para entenderlo, conviene saber que la palabra griega parakletos usada en el texto se puede traducir indistintamente como “consejero”, “consolador”, “defensor” o “abogado”.
El Espíritu Santo nos pedirá que nos apartemos del pecado y creamos en Cristo. El mundo niega la necesidad de un salvador, pero sin saberlo sufre por estar separado de Dios y no logra darse cuenta de que la mayoría de sus acciones son contrarias a la voluntad de nuestro Creador. La autosuficiencia es dañina, porque nos incita a independizarnos de Dios y al hacerlo caemos en la oscuridad del pecado y la autodestrucción.
El Espíritu Santo revela (por medio de la Palabra de Dios) los pensamientos y las actitudes de nuestro corazón. De modo que cuando nos presentamos con sinceridad ante nuestro Redentor, conocemos el poder de su preciosa Sangre que nos perdona y nos sana. Así somos transformados por la renovación de nuestra mente y, si Cristo vive en nuestro corazón, reflejaremos su gloria ante el mundo.
El Espíritu Santo quiere hacernos experimentar el amor de Dios y para ello se esfuerza, sin egoísmo alguno, por revelarnos a Cristo, porque es la presencia de Cristo en nosotros la que nos consuela. Cuando el poder convincente del Espíritu Santo nos lleva al arrepentimiento, brota del corazón el ansia de vivir unidos al Espíritu. Por eso, si sometemos nuestra voluntad a la guía del Espíritu Santo, ya no seremos nosotros los que vivamos, sino que será Cristo el que viva en nosotros y se revele al mundo.
Regocijémonos, pues, en el poder persuasivo del Espíritu Santo, porque mediante el arrepentimiento estamos unidos al Espíritu en su obra de revelar a Cristo. Juntos podemos ser una luz para nuestras familias, reflejando el amor y la luz de Cristo. Jesús en nosotros es la esperanza del mundo y, gracias a la acción del Espíritu Santo, Cristo se revelará a la humanidad.
“Ven, Espíritu Santo, convence al mundo del pecado, la justicia y el juicio. Abre mis oídos para escuchar tu voz. Renueva mi mente para que yo sea un reflejo del amor de Dios en el mundo.”
Hechos 16, 22-34; Salmo 137, 1-3. 7-8
Fuente: http://la-palabra.com/meditations/

miércoles, 21 de mayo de 2014

Jesús dijo que él era la vid verdadera. Esta idea era por cierto bien conocida para sus contemporáneos. Las vides crecían allí en abundancia y debían podarse mucho para que la savia de las ramas productivas no fuera absorbida por las improductivas.
Jesús decía que el Padre cuida esta vid con ternura y poda los sarmientos productivos para que den más fruto. Estas ramas permanecen o viven en Jesús y él en ellas, y por eso dan fruto (Juan 15, 5). El vocablo griego meno (“permanecer”) aparece siete veces en el pasaje del Evangelio que leemos hoy, lo cual es indicación de su importancia. Es bueno, pues, entender qué fue lo que Jesús quiso decir al usar esa palabra.
Cristo le había dicho a Nicodemo: “Debes nacer de nuevo” (Juan 3, 7). Cuando hemos sido regenerados, o sea nacidos de nuevo, la vida de Dios nace y permanece en nosotros. De modo que, usando la palabra “permanecer”, Jesús decía que debíamos “tener una íntima comunión con Dios.” Cristo desea que los que permanecen en él den mucho fruto, razón por la cual es de vital importancia arrepentirse sin demora cuando uno cae en pecado. El pecado, obviamente, obstruye nuestra íntima relación con Dios y puede impedirnos el dar fruto.
Por tanto, “permanecer” no es un término insignificante. Dios nos ama y procura lograr por todos los medios que su relación con nosotros, sus hijos, sea firme y estable. Sin embargo, todos sabemos por experiencia propia que a pesar de haber sido regenerados en Cristo, cometemos errores y faltas, de los que debemos arrepentirnos. Pero tenemos que hacerlo en cuanto nos damos cuenta de la caída, sin quedarnos en estado de pecado, el cual impide que nuestra vida sea espiritualmente fructífera.
Para que las palabras de Jesús permanezcan en nosotros, debemos disponernos a morir a nosotros mismos y vivir para Dios. Adoptemos como nuestras las palabras de san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo el que vive en mí. Y esta vida en el cuerpo que vivo, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2, 20).
“Señor Jesús, quiero estar unido a ti como las ramas están unidas a la vid, porque así podré dar frutos para tu Reino. Quiero que seas tú, Señor, el que viva en mí en todo momento.”
Hechos 15, 1-6; Salmo 121, 1-5
Fuente: http://la-palabra.com/meditations/

viernes, 2 de mayo de 2014



Homilía del Papa Francisco 

Viernes 02 de mayo de 2014

El Papa centró su homilía en el Evangelio de la multiplicación de los panes y de los peces y en la lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles, en que los discípulos de Jesús son flagelados por el Sanedrín. Francisco propuso tres iconos: el primero es el amor de Jesús por la gente, su atención ante los problemas de las personas.
Y observó que al Señor no le preocupa cuántos lo siguen, no “le pasa por la mente, por ejemplo, hacer un censo” – dijo – para ver si “la Iglesia ha aumentado… ¡no! Él habla, predica, ama, acompaña, recorre el camino con la gente, mansa y humilde”. Y habla con autoridad, es decir, con “la fuerza del amor”.
El segundo icono lo representan los “celos” de las autoridades religiosas de aquel tiempo: “¡No toleraban – exclamó el Papa – que la gente fuera detrás de Jesús! ¡No lo toleraban! Tenían celos. Y dijo que ésta es una actitud fea. Y de los celos a la envidia – prosiguió – sabemos que el padre de la envidia” es “el demonio”. Y por la envidia “entró el mal en el mundo”. “Esta gente – dijo también Francisco – sabía bien quién era Jesús: ¡lo sabía! ¡Esta gente era la misma que había pagado a la guardia para decir que los apóstoles habían robado el cuerpo de Jesús!”:
“Habían pagado para silenciar la verdad. Pero, la gente es mala, ¡verdaderamente! Porque cuando se paga para esconder la verdad, somos muy malos. Y por esto la gente sabía quiénes eran éstos. No los seguían, los toleraban porque tenían autoridad: la autoridad del culto, la autoridad de la disciplina eclesiástica de aquel tiempo, la autoridad sobre el pueblo… y la gente seguía. Jesús dice de ellos que ataban pesos oprimentes sobre los fieles y los cargaban sobre las espaldas de la gente. Esta gente no tolera la mansedumbre de Jesús, no tolera la mansedumbre del Evangelio, no tolera el amor. Y paga por envidia, por odio”.
Durante la reunión del Sinedrio hay un “hombre sabio”, Gamaliel, que invita a los líderes religiosos a liberar a los apóstoles. De este modo, reafirmó el Papa, están estos dos iconos: Jesús que se conmueve al ver a la gente “sin pastor” y las autoridades religiosas…
“Éstos, con sus maniobras políticas, con sus maniobras eclesiásticas para seguir dominando al pueblo… Y así, hacen venir a los apóstoles, después de que habló este hombre sabio, llamaron a los apóstoles y los hicieron flagelar y les ordenaron que no hablaran en nombre de Jesús. Por tanto, los pusieron en libertad. ‘Pero, algo debemos hacer: ¡les daremos un buen bastonazo y después a su casa!’. Injusto, pero lo hicieron. Ellos eran los dueños de las conciencias, y sentían que tenían el poder de hacerlo. Dueños de las conciencias… También hoy, en el mundo, hay tantos”.
“Yo lloré – dijo el Papa – cuando vi en los media” la noticia de “cristianos crucificados en cierto país no cristiano. También hoy – subrayó – hay gente así, que en nombre de Dios, mata, persigue. Y también hoy vemos a tantos que, “como los apóstoles”, se sienten “dichosos por haber sido juzgados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús”. Éste – dijo – “es el tercer icono de hoy. La alegría del testimonio”:
“Primer icono: Jesús con la gente, el amor, el camino que Él nos ha enseñado, por el que debemos ir. Segundo icono: la hipocresía de estos dirigentes religiosos del pueblo, que habían encarcelado al pueblo con estos mandamientos, con esta legalidad fría, dura, y que también han pagado para esconder la verdad. Tercer icono: la alegría de los mártires cristianos, la alegría de tantos hermanos y hermanas nuestros que en la historia han sentido esta alegría, esta felicidad por haber sido juzgados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús. ¡Y hoy hay tantos! Piensen que en algunos países, sólo por llevar el Evangelio, vas a la cárcel. Tú no puedes llevar una cruz: te harán pagar la multa. Pero el corazón se siente feliz. Los tres iconos: mirémoslos, hoy. Es parte de nuestra historia de la salvación”.




lunes, 28 de abril de 2014

Meditación: Hechos 4, 23-31

Liturgia del día 

Señor… concede a tus siervos anunciar tu palabra con toda valentía (Hechos 4, 29)

Lo notable de este pasaje es la forma en que estos primeros cristianos oraban: con fe, esperanza y sin absolutamente ninguna duda de que sus oraciones serían contestadas. Parafraseando, lo que decían era: “Dios nuestro, tú dijiste que esto sucedería. Ayúdanos a perseverar y demostrar que Jesús es tu Hijo, actuando con poder cuando oramos en su nombre.” Ellos oraban con absoluta confianza y esperanza, y Dios respondía en forma inmediata y poderosa (v. Hechos 4, 31).
Los primeros cristianos pudieron orar así porque creían en las promesas de Dios, y realmente esperaban que del cielo llegara el poder. Esta fe llena de esperanza fue la característica de los primeros cristianos, y más que eso, es el sello de todos los cristianos que, a través de los siglos, han conocido a Dios como Padre.
Cada vez y en todo lugar que los creyentes han actuado con fe, Dios ha cumplido fielmente sus promesas, dando fortaleza a su pueblo para soportar tribulaciones, valentía para proclamar su nombre, valor para arrepentirse y apartarse del pecado, y la sabiduría necesaria para enfrentar los problemas de la vida diaria.
El Señor quiere que hoy nosotros tengamos la misma confianza en él y que lo veamos como nuestro Padre. Jesús anhela transformarnos de un modo tal que podamos entender su gloria. Esto lo vemos en el hecho de que el Padre envió a su Hijo único, Jesús, no a condenarnos, sino a hacernos volver a él (Juan 3, 16-17), y habiéndonos dado a su único Hijo, ¿iba a privarnos de alguna otra cosa que necesitásemos?
Pídale al Espíritu Santo que le haga comprender esto claramente, para que su confianza en Dios aumente. Ante los problemas cotidianos, a veces nos sentimos solos y desvalidos, pero no lo estamos. Ya sea que se trate de problemas matrimoniales, hijos rebeldes, enfermedades o muchas otras situaciones, podemos contar con la ayuda del Señor. Dios nos ama y quiere que confiemos en él. Ore con confianza, pídale ayuda y luego haga lo que él le indique; así verá que el poder de Dios se derrama desde el cielo.
“Señor Jesús, ayúdanos a depositar completamente nuestra vida en tus manos. Enséñanos que contigo podemos enfrentar cualquier situación con valentía y esperanza.”
Salmo 2, 1-9; Juan 3, 1-8

viernes, 25 de abril de 2014

Meditación: Juan 21, 1-14

Evangelio del Día 


Una mujer que llora acongojada y agobiada por la muerte de su querido maestro (Juan 20, 11); dos caminantes confundidos y apesadumbrados porque todas sus esperanzas y sueños se han desvanecido (Lucas 24,13); unos cuantos pescadores que salen a pescar para no pensar en la tragedia vivida (Juan 21, 3)… Ciertamente estas circunstancias no parecen las ideales para que el Hijo de Dios revelara el esplendor de su resurrección.
Los discípulos eran personas comunes y corrientes, que debían sortear las dificultades propias de la vida ordinaria; sin embargo, era necesario que el Señor se dejara ver por ellos.

Los discípulos habían trabajado toda la noche sin pescar nada, de modo que estaban cansados, frustrados y de mal humor. Pero de pronto, desde la playa, un desconocido los llama y les dice que intenten de nuevo. Con cierto desánimo lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces que se olvidaron de todo lo que habían trabajado en vano.
Este episodio de la pesca milagrosa demuestra claramente la diferencia que hay entre buscar soluciones para la vida diaria confiando nada más que en la inteligencia humana y los recursos naturales, o bien, rindiéndose ante el Señor y confiando en su gracia, seguros de que él sabe cambiar hasta las situaciones que parecen más irremediables. En efecto, Jesús nos ama tanto que desea hacerse presente en todas las circunstancias de la vida, para reanimarnos y guiarnos con su sabiduría, porque quiere que sepamos que por graves que sean las dificultades que enfrentemos, jamás nos dejará solos.
Cristo prometió que todos los que lo busquen lo encontrarán (Mateo 7, 8) y tendrán reposo para sus almas (11, 29). ¿De dónde viene esta serenidad? De la gracia de Jesús, porque Él conoce todo lo que hacemos, pensamos y sentimos, y nos ama, nos perdona y promete estar siempre con nosotros. Los que están bien dispuestos a recibir el toque de Jesús pueden enfrentar la vida con una fortaleza que no viene de sus propias fuerzas, sino del poder del Espíritu Santo. Ellos también, como san Pedro y los demás apóstoles, dan fruto abundante cuando obedecen humildemente las instrucciones del Señor.
“Jesús, Señor nuestro, ayúdanos, por tu Espíritu Santo, a conocerte más, para que sepamos amarte mejor y dar testimonio de que tu poder es más fuerte que todo lo que conoce, ha conocido o conocerá el mundo.”
Hechos 4, 1-12; Salmo 117, 1-2. 4. 22-27

martes, 22 de abril de 2014

¿Y TU QUE ERES, ZANAHORIA, HUEVO O CAFÉ? 


Una hija se quejaba con su padre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar.

Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.

Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo.  Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego 

fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo.

En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra.

La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre.

A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un bowl. 
Sacó los huevos y los colocó en otro bowl.  Coló el café y lo puso en un tercer bowl.


Mirando a su hija le dijo: "Querida, ¿qué ves?"

"Zanahorias, huevos y café" fue su respuesta.

La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias.  Ella lo hizo y notó que estaban blandas.

Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. 
 Luego le pidió que probara el cafe.  Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.

Humildemente la hija preguntó: "¿Qué significa esto, Padre?" El le explicó que los tres elementos habian enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente.  La zanahoria llegó al agua fuerte y dura.  Pero después de pasar por el agua hirviendo se había 
 vuelto débil, fácil de deshacer.

El huevo había llegado al agua frágil.  Su cáscara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.

Los granos de café sin embargo eran únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.

"¿Cual eres tú?", le preguntó a su hija. "Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes?. 
¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?"

¿Y cómo eres tú?

¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero, que cuando la adversidad y el dolor te tocan , te vuelves débil y pierdes tu fortaleza?

¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable? Es decir, poseías un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, un divorcio o un despido te has vuelto duro y rígido? Por fuera te sigues viendo igual, pero eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazón endurecido?

¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor.  Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor.  Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren.

 ¿Cómo manejas la adversidad?

 ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?