Meditación: Juan 21, 1-14
Evangelio del Día
Una mujer que llora acongojada y agobiada por la muerte de su querido maestro (Juan 20, 11); dos caminantes confundidos y apesadumbrados porque todas sus esperanzas y sueños se han desvanecido (Lucas 24,13); unos cuantos pescadores que salen a pescar para no pensar en la tragedia vivida (Juan 21, 3)… Ciertamente estas circunstancias no parecen las ideales para que el Hijo de Dios revelara el esplendor de su resurrección.
Los discípulos eran personas comunes y corrientes, que debían sortear las dificultades propias de la vida ordinaria; sin embargo, era necesario que el Señor se dejara ver por ellos.
Los discípulos habían trabajado toda la noche sin pescar nada, de modo que estaban cansados, frustrados y de mal humor. Pero de pronto, desde la playa, un desconocido los llama y les dice que intenten de nuevo. Con cierto desánimo lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces que se olvidaron de todo lo que habían trabajado en vano.
Este episodio de la pesca milagrosa demuestra claramente la diferencia que hay entre buscar soluciones para la vida diaria confiando nada más que en la inteligencia humana y los recursos naturales, o bien, rindiéndose ante el Señor y confiando en su gracia, seguros de que él sabe cambiar hasta las situaciones que parecen más irremediables. En efecto, Jesús nos ama tanto que desea hacerse presente en todas las circunstancias de la vida, para reanimarnos y guiarnos con su sabiduría, porque quiere que sepamos que por graves que sean las dificultades que enfrentemos, jamás nos dejará solos.
Cristo prometió que todos los que lo busquen lo encontrarán (Mateo 7, 8) y tendrán reposo para sus almas (11, 29). ¿De dónde viene esta serenidad? De la gracia de Jesús, porque Él conoce todo lo que hacemos, pensamos y sentimos, y nos ama, nos perdona y promete estar siempre con nosotros. Los que están bien dispuestos a recibir el toque de Jesús pueden enfrentar la vida con una fortaleza que no viene de sus propias fuerzas, sino del poder del Espíritu Santo. Ellos también, como san Pedro y los demás apóstoles, dan fruto abundante cuando obedecen humildemente las instrucciones del Señor.
“Jesús, Señor nuestro, ayúdanos, por tu Espíritu Santo, a conocerte más, para que sepamos amarte mejor y dar testimonio de que tu poder es más fuerte que todo lo que conoce, ha conocido o conocerá el mundo.”
Hechos 4, 1-12; Salmo 117, 1-2. 4. 22-27
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