Meditación de la Palabra
Abril 4, 2014
Cuando los jefes religiosos buscaban a Jesús para matarlo, él los enfrentó con serenidad, pero decidido a cumplir la voluntad de su Padre. Cristo sí sabía quién era, de dónde venía y adónde iba; pero le pareció necesario cuestionar la afirmación de sus opositores de que ellos lo conocían (Juan 7, 28). Posiblemente se nos ocurra preguntar ¿por qué no llegaron a ver el poder de Dios que actuaba en él, o el amor de Dios que se manifestaba en sus palabras? El libro de la Sabiduría nos da una respuesta: “Así piensan los malos, pero se equivocan; su propia maldad los ha vuelto ciegos” (Sabiduría 2, 21).
Los detractores de Jesús pensaban que conocían al Señor, pero se equivocaban porque el verdadero entendimiento de quién es Jesús viene solamente a través de una revelación. Esta es la esencia de la oración: Buscar humildemente la presencia y la sabiduría de Dios. Cuando uno reconoce su absoluta necesidad y su condición de pecador, puede llegar a presentarse ante el Señor para que el Espíritu Santo le llene el corazón y la mente de la verdad divina, una verdad que nos transforma y nos enseña.
El Señor quiere levantarnos a todos y susurrarnos palabras de ternura y sabiduría. Ahora que nos encontramos a medio camino en la peregrinación cuaresmal hacia la Pascua, pídale al Espíritu Santo la revelación del corazón del Padre y abra los oídos para escuchar la voz de Jesús. Dios quiere darle mucho más: la gracia necesaria para comprender su amor, aceptar la cruz, obedecer su palabra y crecer en santidad.San Agustín, hablando por experiencia propia, explicó la diferencia que hay entre conocer algo acera de Dios con la mente natural y con una revelación: “Cuando joven, ambicionaba aplicar al estudio de las Sagradas Escrituras todos los refinamientos de la dialéctica. Lo hice, pero sin la humildad de un auténtico buscador. Se suponía que debía tocar a la puerta para que se abriera delante de mí; pero en lugar de eso, yo mismo la estaba cerrando, tratando de entender con arrogancia lo que solamente puede aprenderse con la humildad. Pero el Señor, que es todo misericordia, me levantó y me guardó” (Sermón 51, 6).
“Señor mío Jesucristo, quiero conocerte de verdad. Lléname de tu Espíritu Santo, te lo ruego, para que llegue a ser un receptor generoso de tu divina revelación.”
Sabiduría 2, 1. 12-22; Salmo 33, 17-21. 23
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