jueves, 3 de abril de 2014

 Meditación de la Palabra

Abril 3, 2014


Cuando afirmamos que Jesús es el Señor lo hacemos por la acción del Espíritu Santo.

No se debe a que seamos buenos ni sumamente inteligentes; sino a que Dios ha actuado en nosotros y ha vivificado la fe en nuestro corazón. Esto es lo que significa lo que Jesús dijo: “El Padre, que me envió, ha dado testimonio de mí.” De hecho, Dios no ha dejado jamás de dar testimonio de la majestad de Jesús ni de la redención que él ganó para el género humano.
¿Cómo es que Dios da testimonio de Cristo y lleva nuestro corazón a creer en él? No tiene que ser mediante manifestaciones espectaculares, ni obras portentosas. Ninguno de nosotros ha visto el cielo abierto ni a Jesús en forma física, al menos eso pensamos, pero de todas maneras creemos. ¿Por qué? Porque hemos experimentado la transformación que la presencia de Jesús ha causado en nuestra vida de un modo poderoso e innegable.


Día tras día, Dios nos manifiesta su presencia de maneras sencillas y sutiles, que si no ponemos atención podemos pasar por alto; sin embargo, mientras más nos acostumbremos a pasar tiempo con el Señor —en oración mental, en Misa, frente al Santísimo o leyendo la Sagrada Escritura— más sensibles seremos a las mociones del Espíritu Santo.
Comenzaremos a detectar su amor en el servicio que prestan los sacerdotes, que trabajan incansablemente en nuestras parroquias muchas veces sin que nadie les agradezca; escucharemos la voz suave e imperceptible del Señor en las palabras consoladoras y reconfortantes de algún amigo en tiempos de adversidad; reconoceremos la mano de Dios cuando nos sintamos empujados a orar por algún enfermo e incluso percibiremos la presencia de Dios en aquellos que dicen no creer en él pero que tratan a sus semejantes con dignidad y respeto.
En muchas circunstancias del diario vivir, Dios trabaja dando testimonio de su Hijo y ofreciéndonos una parte en sus bendiciones y su amor. Si usted no cree haberlo experimentado conscientemente, pídale al Señor que le abra los ojos hoy para ver las numerosas personas y situaciones que dan testimonio de la salvación que Jesús obtuvo para usted en la cruz.
“Jesús, Señor mío, abre mis ojos para que vea las muchas maneras en que estás derramando tu amor sobre mí y los míos; luego, abre mis labios, te lo ruego, para alabarte y darte gracias.”
Éxodo 32, 7-14; Salmo 105, 19-23
Fuente: http://la-palabra.com/meditations/current/

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