jueves, 10 de abril de 2014

Meditación: Juan 8, 51-59

Liturgia del día 10 de Abril de 2014

Los contemporáneos del Señor no podían aceptarlo como profeta ni como el Mesías; pero él les propuso un desafío mayor: creer que él era el Hijo de Dios.
Afirmar esto significaba que Jesús tenía contacto directo con el Altísimo. Cristo llegó a decir a sus oyentes que aunque ellos eran descendientes de Abraham, eso no significaba que automáticamente conocieran a Dios, especialmente si no estaban dispuestos a aceptar al Hijo de Dios que les hablaba. Tan audaces declaraciones no podían sino causarle más tribulaciones, pero las hizo de todas maneras.
Cuando Jesús dijo: “Yo les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy” (Juan 8, 58), estaba afirmando algo mucho más significativo que decir solamente que había existido desde mucho antes que Abraham. “Yo Soy” era una expresión por la cual Dios se refería a sí mismo, y así aparece en varios pasajes de la Escritura. De manera que al presentarse como “Yo Soy”, Jesús se estaba identificando claramente con Dios.
Del mismo modo, en la “Sabiduría personificada” que leemos en el libro de los Proverbios, Jesús estuvo presente con Dios en el momento de la creación (Proverbios 8, 27-31), permaneció siempre con Dios (Juan 1, 1-5) y jamás dejará de ser Dios (Apocalipsis 11,15). El Plan del Padre para rescatar a su pueblo del pecado y de la muerte incluyó invariablemente a su Hijo, el cual siempre permaneció en la más estrecha comunión, y el más completo acuerdo con el Padre en cuanto a la salvación que él llevaría a cabo en el mundo.
Jesús es Dios y por eso podemos poner nuestra vida en sus manos con absoluta confianza; porque él nos ama desde antes de la creación, un amor que se manifestó claramente en su muerte en la cruz en rescate de cada uno de sus hijos. Y todo esto porque su amor es eterno. Jesús es el Hijo del Padre, eternamente fiel, que no abandonará jamás a los que hayan confiado en él. Por eso, al enfrentar cada día los desafíos del trabajo y la vida hogareña, reafirma tu fe y tu confianza en Cristo, recordando que el Señor no cambia jamás y que es el mismo ayer, hoy y siempre y que él te ama a ti y a los tuyos.
“Jesús, Señor y Salvador mío, sé que me has conocido desde antes de que yo naciera; por eso te confío totalmente mi vida, sabiendo que jamás quedaré defraudado.”
Génesis 17, 3-9; Salmo 104, 4-9

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