lunes, 28 de abril de 2014

Meditación: Hechos 4, 23-31

Liturgia del día 

Señor… concede a tus siervos anunciar tu palabra con toda valentía (Hechos 4, 29)

Lo notable de este pasaje es la forma en que estos primeros cristianos oraban: con fe, esperanza y sin absolutamente ninguna duda de que sus oraciones serían contestadas. Parafraseando, lo que decían era: “Dios nuestro, tú dijiste que esto sucedería. Ayúdanos a perseverar y demostrar que Jesús es tu Hijo, actuando con poder cuando oramos en su nombre.” Ellos oraban con absoluta confianza y esperanza, y Dios respondía en forma inmediata y poderosa (v. Hechos 4, 31).
Los primeros cristianos pudieron orar así porque creían en las promesas de Dios, y realmente esperaban que del cielo llegara el poder. Esta fe llena de esperanza fue la característica de los primeros cristianos, y más que eso, es el sello de todos los cristianos que, a través de los siglos, han conocido a Dios como Padre.
Cada vez y en todo lugar que los creyentes han actuado con fe, Dios ha cumplido fielmente sus promesas, dando fortaleza a su pueblo para soportar tribulaciones, valentía para proclamar su nombre, valor para arrepentirse y apartarse del pecado, y la sabiduría necesaria para enfrentar los problemas de la vida diaria.
El Señor quiere que hoy nosotros tengamos la misma confianza en él y que lo veamos como nuestro Padre. Jesús anhela transformarnos de un modo tal que podamos entender su gloria. Esto lo vemos en el hecho de que el Padre envió a su Hijo único, Jesús, no a condenarnos, sino a hacernos volver a él (Juan 3, 16-17), y habiéndonos dado a su único Hijo, ¿iba a privarnos de alguna otra cosa que necesitásemos?
Pídale al Espíritu Santo que le haga comprender esto claramente, para que su confianza en Dios aumente. Ante los problemas cotidianos, a veces nos sentimos solos y desvalidos, pero no lo estamos. Ya sea que se trate de problemas matrimoniales, hijos rebeldes, enfermedades o muchas otras situaciones, podemos contar con la ayuda del Señor. Dios nos ama y quiere que confiemos en él. Ore con confianza, pídale ayuda y luego haga lo que él le indique; así verá que el poder de Dios se derrama desde el cielo.
“Señor Jesús, ayúdanos a depositar completamente nuestra vida en tus manos. Enséñanos que contigo podemos enfrentar cualquier situación con valentía y esperanza.”
Salmo 2, 1-9; Juan 3, 1-8

viernes, 25 de abril de 2014

Meditación: Juan 21, 1-14

Evangelio del Día 


Una mujer que llora acongojada y agobiada por la muerte de su querido maestro (Juan 20, 11); dos caminantes confundidos y apesadumbrados porque todas sus esperanzas y sueños se han desvanecido (Lucas 24,13); unos cuantos pescadores que salen a pescar para no pensar en la tragedia vivida (Juan 21, 3)… Ciertamente estas circunstancias no parecen las ideales para que el Hijo de Dios revelara el esplendor de su resurrección.
Los discípulos eran personas comunes y corrientes, que debían sortear las dificultades propias de la vida ordinaria; sin embargo, era necesario que el Señor se dejara ver por ellos.

Los discípulos habían trabajado toda la noche sin pescar nada, de modo que estaban cansados, frustrados y de mal humor. Pero de pronto, desde la playa, un desconocido los llama y les dice que intenten de nuevo. Con cierto desánimo lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces que se olvidaron de todo lo que habían trabajado en vano.
Este episodio de la pesca milagrosa demuestra claramente la diferencia que hay entre buscar soluciones para la vida diaria confiando nada más que en la inteligencia humana y los recursos naturales, o bien, rindiéndose ante el Señor y confiando en su gracia, seguros de que él sabe cambiar hasta las situaciones que parecen más irremediables. En efecto, Jesús nos ama tanto que desea hacerse presente en todas las circunstancias de la vida, para reanimarnos y guiarnos con su sabiduría, porque quiere que sepamos que por graves que sean las dificultades que enfrentemos, jamás nos dejará solos.
Cristo prometió que todos los que lo busquen lo encontrarán (Mateo 7, 8) y tendrán reposo para sus almas (11, 29). ¿De dónde viene esta serenidad? De la gracia de Jesús, porque Él conoce todo lo que hacemos, pensamos y sentimos, y nos ama, nos perdona y promete estar siempre con nosotros. Los que están bien dispuestos a recibir el toque de Jesús pueden enfrentar la vida con una fortaleza que no viene de sus propias fuerzas, sino del poder del Espíritu Santo. Ellos también, como san Pedro y los demás apóstoles, dan fruto abundante cuando obedecen humildemente las instrucciones del Señor.
“Jesús, Señor nuestro, ayúdanos, por tu Espíritu Santo, a conocerte más, para que sepamos amarte mejor y dar testimonio de que tu poder es más fuerte que todo lo que conoce, ha conocido o conocerá el mundo.”
Hechos 4, 1-12; Salmo 117, 1-2. 4. 22-27

martes, 22 de abril de 2014

¿Y TU QUE ERES, ZANAHORIA, HUEVO O CAFÉ? 


Una hija se quejaba con su padre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar.

Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.

Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo.  Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego 

fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo.

En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra.

La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre.

A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un bowl. 
Sacó los huevos y los colocó en otro bowl.  Coló el café y lo puso en un tercer bowl.


Mirando a su hija le dijo: "Querida, ¿qué ves?"

"Zanahorias, huevos y café" fue su respuesta.

La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias.  Ella lo hizo y notó que estaban blandas.

Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. 
 Luego le pidió que probara el cafe.  Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.

Humildemente la hija preguntó: "¿Qué significa esto, Padre?" El le explicó que los tres elementos habian enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente.  La zanahoria llegó al agua fuerte y dura.  Pero después de pasar por el agua hirviendo se había 
 vuelto débil, fácil de deshacer.

El huevo había llegado al agua frágil.  Su cáscara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.

Los granos de café sin embargo eran únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.

"¿Cual eres tú?", le preguntó a su hija. "Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes?. 
¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?"

¿Y cómo eres tú?

¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero, que cuando la adversidad y el dolor te tocan , te vuelves débil y pierdes tu fortaleza?

¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable? Es decir, poseías un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, un divorcio o un despido te has vuelto duro y rígido? Por fuera te sigues viendo igual, pero eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazón endurecido?

¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor.  Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor.  Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren.

 ¿Cómo manejas la adversidad?

 ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?

Meditación de la Palabra Abril 22, 2014

En la primera lectura de hoy nos encontramos con miles de judíos reunidos como todos los años en Jerusalén para conmemorar la fiesta de Pentecostés, de modo que ya sabían lo que debía suceder ese día.
Pero, de repente, todo cambió. Empezó a soplar un viento inesperado y numerosas lenguas de fuego empezaron a danzar en el aire y el grupo de pescadores, que parecían estar bebidos, comenzaron a alabar a Dios a voz en cuello. ¡No iba a ser un día ordinario después de todo!
En realidad no tenían idea ellos de que lo extraordinario iba a transformarse en algo sobrenatural y, más aún, en un acontecimiento personal. Cuando Pedro anunció a la muchedumbre que esto se debía a Jesús y su milagrosa y salvadora resurrección, las “palabras les llegaron al corazón” (Hechos 2, 37). Aquello que había comenzado como una curiosidad, y tal vez una molestia que arruinaba los planes, terminó siendo una ocasión de gran alegría. No sólo Cristo había resucitado, sino que su propio Espíritu Santo actuaba poderosamente en ellos, moviéndolos a recibirlo en el corazón. La historia de Jesús vino a ser su propia historia, y la vida les cambió para siempre.
De un modo similar, María Magdalena vino a la tumba esperando encontrar el cuerpo de Jesús envuelto en lienzos mortuorios, ¡pero él no estaba allí! Su gran pena desapareció sólo cuando Jesús pronunció su nombre, llenando su corazón herido de vida y esperanza.
Estas dos historias nos dicen que Jesús tiene poder para mover los corazones y llevarnos a un nivel más profundo de fe; nos dicen que toda vez que se despierta nuestra fe, es preciso responder, por ejemplo, teniendo el deseo más profundo de seguir a Cristo, amarlo más y desear más lo divino que lo mundano. Nosotros no podemos cambiarnos a nosotros mismos. Es Dios quien lo hace, porque ¡el poder de su Espíritu transforma nuestra vida!
La gente de Jerusalén se sintió movida a aceptar el Bautismo y recibir el Espíritu Santo. La congoja de María Magdalena pasó a ser una gran alegría, y ella corrió para avisarles a los demás que había visto al Señor. Hoy, el Señor también tiene algo inesperado para ti. ¿Cómo le vas a responder?
“Gracias, Señor y Salvador mío, por resucitar y darme una vida nueva. Te doy infinitas gracias porque me estás cambiando y mi fe se está fortaleciendo.”
Salmo 32, 4-5. 18-20. 22; Juan 20, 11-18

martes, 15 de abril de 2014

¿Por qué Gritan?

Un día un sabio preguntó a sus discípulos lo siguiente:

- ¿Por qué la gente se grita cuando están enojados?

Los hombres pensaron unos momentos:
- Porque perdemos la calma – dijo uno – por eso gritamos.

- Pero ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? – preguntó una vez más ¿No es posible hablarle en voz baja? ¿Por qué gritas a una persona cuando estás enojado?

Los hombres dieron algunas otras respuestas pero ninguna de ellas satisfacía al maestro.

Finalmente él explicó: – Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho.

Para cubrir esa distancia deben gritar, para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.

Luego preguntó: – ¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran? Ellos no se gritan sino que se hablan suavemente, por qué? Sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña.Para cubrir esa distancia deben gritar, para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.

Continuó: – Cuando se enamoran más aún, qué sucede? No hablan, sólo susurran y se vuelven aún más cerca en su amor. Finalmente no necesitan siquiera susurrar, sólo se miran y eso es todo. Así es cuan cerca están dos personas cuando se aman.

Luego el sabio concluyó: Cuando discutan no dejen que sus corazones se alejen, no digan palabras que los distancien más, llegará un día en que la distancia sea tanta que no encontrarán más el camino de regreso.

Meditación de la Palabra 

Martes 15 de Abril de 2014

San Pedro fue el primer apóstol que reconoció públicamente que Jesús era el Cristo, y el primero en declararse dispuesto a morir por él (Mateo 16, 16; Juan 13, 37), aunque la fortaleza que creyó tener no tardó en dar paso al miedo; afortunadamente, su caída lo llevó al arrepentimiento y a un claro reconocimiento de lo mucho que necesitaba la fortaleza y la gracia de Dios.
Hubo otro apóstol, “el discípulo a quien Jesús quería mucho” (Juan 21, 20) que no hizo declaraciones como éstas; simplemente se mantuvo cerca de Jesús: inclinándose junto a su Señor en la Última Cena y permaneciendo cerca de la cruz aquel primer Viernes Santo (Juan 12, 23; 19, 26), porque estando al lado de Aquel que lo amaba tanto encontraba toda la fortaleza y la valentía que necesitaba. ¿Con cuál de estas dos actitudes se identifica usted? ¿Se parece más a Pedro, que confiaba en sus propias fuerzas pero tropezaba cuando le asaltaba la prueba? ¿O es más como el discípulo amado, que confiaba en que Jesús le concedería las fuerzas necesarias para hacer frente a cualquier prueba y tentación?
Ningún cristiano tiene suficiente fortaleza o fidelidad para resistir todas las tormentas de la vida con sus propios recursos; todos necesitamos el apoyo y las fuerzas que solamente Jesús nos puede dar; todos tenemos que experimentar su victoria sobre el miedo y el pecado; todos necesitamos saber que Cristo venció a Satanás, que siempre trata de hacernos perder toda esperanza, como Judas, o de evitar la cruz, como Pedro. Solamente su gracia divina puede capacitarnos para aceptar nuestras limitaciones y convencernos de que necesitamos el amor y la misericordia de nuestro Salvador.
El testimonio del discípulo amado demuestra que el hecho de experimentar el amor de Dios puede capacitar al creyente no sólo para perseverar en la fe sino también para soportar cualquier peso. Comentando sobre el poder del amor de Dios, san Agustín dijo: “El amor renueva a las personas. Así como el deseo pecaminoso las envejece, el amor las rejuvenece. Enredado en los impulsos de sus deseos, el salmista se lamenta diciendo ‘Me he puesto viejo rodeado por mis enemigos’. El amor, en cambio, es la señal de nuestra renovación.” (Sermón 350, 21). Esta es una renovación que todos podemos buscar hoy mismo.
“Jesús, Señor mío, cuando caigo, tú me levantas y me sostienes. Ayúdame a confiar siempre en tu fortaleza y en tu amor. Gracias, Señor.”
Isaías 49, 1-6; Salmo 70, 1-6. 15. 17

viernes, 11 de abril de 2014


El diablo también está en el Siglo XXI, aprendamos del Evangelio cómo combatirlo



Homília del Papa Francisco del Viernes 11 de Abril  2014

Aprendamos del Evangelio a luchar contra las tentaciones del demonio. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta. El Pontífice subrayó que todos somos tentados, porque el diablo no quiere nuestra santidad. Y reafirmó que la vida cristiana es, precisamente, una lucha contra el mal.
“La vida de Jesús ha sido una lucha. Vino para vencer el mal, para vencer al príncipe de este mundo, para vencer al demonio”. Con estas palabras el Papa comenzó su homilía dedicada enteramente a la lucha contra el demonio. Una lucha – dijo – que debe afrontar todo cristiano. Y subrayó que el demonio “tentó a Jesús tantas veces, y Jesús sintió en su vida las tentaciones”, así como “también las persecuciones”. A la vez que advirtió que nosotros, los cristianos, “que queremos seguir a Jesús”, “debemos conocer bien esta verdad”:
“También nosotros somos tentados, también nosotros somos objeto del ataque del demonio, porque el espíritu del mal no quiere nuestra santidad, no quiere el testimonio cristiano, no quiere que seamos discípulos de Jesús. ¿Y cómo hace el espíritu del mal para alejarnos del camino de Jesús con su tentación? La tentación del demonio tiene tres características y nosotros debemos conocerlas para no caer en las trampas. ¿Cómo hace el demonio para alejarnos del camino de Jesús? La tentación comienza levemente, pero crece: siempre crece. Segundo, crece y contagia a otro, se transmite a otro, trata de ser comunitaria. Y, al final, para tranquilizar el alma, se justifica. Crece, contagia y se justifica”.
La primera tentación de Jesús – observó Francisco – “casi siembra una seducción”: el diablo dice a Jesús que se tire del Templo y así, sostiene el tentador, “todos dirán: ‘¡He aquí el Mesías!’”. Es lo mismo que hizo con Adán y Eva: “Es la seducción”. El diablo – dijo el Papa – “habla como si fuera un maestro espiritual”. Y cuando la tentación “es rechazada”, entonces “crece: crece y vuelve más fuerte”. Jesús – recordó el Santo Padre – “lo dice en el Evangelio de Lucas: cuando el demonio es rechazado, gira y busca a algunos compañeros y con esta banda, vuelve”. Por lo tanto, “crece también implicando a otros”. Así sucedió con Jesús, “el demonio implica” a sus enemigos. Y lo que “parecía un hilo de agua, un pequeño hilo de agua, tranquilo – explicó Francisco – se convierte en una marea”.
La tentación “crece, y contagia. Y al final, se justifica”. El Papa también recordó que cuando Jesús predica en la Sinagoga, inmediatamente sus enemigos lo disminuyen, diciendo: “Pero, ¡éste es el hijo de José, el carpintero, el hijo de María! ¡Nunca fue a la universidad! Pero, ¿con qué autoridad habla? ¡No estudió!”. La tentación – dijo Francisco – “implicó a todos contra Jesús”. Y el punto más alto, “más fuerte de la justificación – añadió el Pontífice – es el del sacerdote”, cuando dice: “¿No saben que es mejor que un hombre muera” para salvar “al pueblo?”:
“Tenemos una tentación que crece: crece y contagia a los demás. Pensemos en una habladuría, por ejemplo: yo siento un poco de envidia por aquella persona, por aquella otra, y antes tengo la envidia dentro, solo, y es necesario compartirla y a va a lo de otra persona y dice: ‘¿Pero tú has visto a esa persona?’… y trata de crecer y contagia a otro, a otro… Pero éste es el mecanismo de las habladurías ¡y todos nosotros hemos sido tentados de caer en las habladurías! Quizá alguno de ustedes no, si es santo, ¡pero también yo estoy tentado por las habladurías! Esta es una tentación cotidiana. Comienza así, suavemente, como el hilo de agua. Crece por contagio y, al final, se justifica”.
Estemos atentos – dijo también el Papa – “cuando en nuestro corazón sentimos algo que terminará por destruir” a las personas. “Estemos atentos – recalcó – porque si no detenemos a tiempo ese hilo de agua, cuando crecerá y contagiará será una marea tal que sólo nos conducirá a justificarnos mal, como se justificaron estas personas”. Y afirmó que “es mejor que muera un hombre por el pueblo”:
“Todos somos tentados, porque la ley de la vida espiritual, de nuestra vida cristiana, es una lucha: una lucha. Porque el príncipe de este mundo – el diablo – no quiere nuestra santidad, no quiere que nosotros sigamos a Cristo. Alguno de ustedes, tal vez, no sé, podría decir: ‘Pero, Padre, ¡qué antiguo es usted: hablar del diablo en el Siglo XXI!’. Pero ¡miren que el diablo existe! El diablo existe. ¡También en el Siglo XXI! Y no debemos ser ingenuos, ¡eh! Debemos aprender del Evangelio cómo se hace para luchar contra él”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).



jueves, 10 de abril de 2014

Meditación: Juan 8, 51-59

Liturgia del día 10 de Abril de 2014

Los contemporáneos del Señor no podían aceptarlo como profeta ni como el Mesías; pero él les propuso un desafío mayor: creer que él era el Hijo de Dios.
Afirmar esto significaba que Jesús tenía contacto directo con el Altísimo. Cristo llegó a decir a sus oyentes que aunque ellos eran descendientes de Abraham, eso no significaba que automáticamente conocieran a Dios, especialmente si no estaban dispuestos a aceptar al Hijo de Dios que les hablaba. Tan audaces declaraciones no podían sino causarle más tribulaciones, pero las hizo de todas maneras.
Cuando Jesús dijo: “Yo les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy” (Juan 8, 58), estaba afirmando algo mucho más significativo que decir solamente que había existido desde mucho antes que Abraham. “Yo Soy” era una expresión por la cual Dios se refería a sí mismo, y así aparece en varios pasajes de la Escritura. De manera que al presentarse como “Yo Soy”, Jesús se estaba identificando claramente con Dios.
Del mismo modo, en la “Sabiduría personificada” que leemos en el libro de los Proverbios, Jesús estuvo presente con Dios en el momento de la creación (Proverbios 8, 27-31), permaneció siempre con Dios (Juan 1, 1-5) y jamás dejará de ser Dios (Apocalipsis 11,15). El Plan del Padre para rescatar a su pueblo del pecado y de la muerte incluyó invariablemente a su Hijo, el cual siempre permaneció en la más estrecha comunión, y el más completo acuerdo con el Padre en cuanto a la salvación que él llevaría a cabo en el mundo.
Jesús es Dios y por eso podemos poner nuestra vida en sus manos con absoluta confianza; porque él nos ama desde antes de la creación, un amor que se manifestó claramente en su muerte en la cruz en rescate de cada uno de sus hijos. Y todo esto porque su amor es eterno. Jesús es el Hijo del Padre, eternamente fiel, que no abandonará jamás a los que hayan confiado en él. Por eso, al enfrentar cada día los desafíos del trabajo y la vida hogareña, reafirma tu fe y tu confianza en Cristo, recordando que el Señor no cambia jamás y que es el mismo ayer, hoy y siempre y que él te ama a ti y a los tuyos.
“Jesús, Señor y Salvador mío, sé que me has conocido desde antes de que yo naciera; por eso te confío totalmente mi vida, sabiendo que jamás quedaré defraudado.”
Génesis 17, 3-9; Salmo 104, 4-9

lunes, 7 de abril de 2014

El semáforo

Aquel día, me desperté con mucho sueño y enojado. Con trabajo, pude levantarme de la cama. Me dirigí al cuarto de baño arrastrando los pies mientras renegaba por tener que levantarme de la cama y no poder quedarme en ella todo el día. Desayuné con los ojos tan cerrados como mi mente. Me sentía tan cansado, que por no meter el pan en el tostador, preferí comerlo frío y beber la leche directamente de la botella. ¿Para qué tanto trabajo?  ¡Es un fastidio!
Salí de mi casa rumbo a la oficina, desde mi coche observaba el suelo humedecido por la lluvia y no podía evitar la rabia al pensar que tenía que trabajar. El semáforo se puso en rojo y de pronto, como un rayo, se colocó frente a todos los automóviles algo que parecía un bulto.
Por curiosidad abrí más mis ojos somnolientos y pude descubrir que lo que parecía un bulto, era el cuerpo de un joven montado en un pequeño carro de madera. Aquel hombre no tenía piernas y le faltaba un brazo. Sin embargo, con su mano izquierda lograba conducir el pequeño vehículo y manejar con maestría un conjunto de pelotas con las que hacía malabares.
Las ventanillas de los automóviles se abrían para darle una moneda al malabarista que llevaba un pequeño letrero sobre el pecho. Cuando se acercó a mi auto pude leerlo, "Gracias por ayudarme a sostener a mi hermano paralítico". Con su mano izquierda señaló hacia la acera y ahí pude ver a su hermano, sentado en una silla de ruedas colocada frente a un atril que sostenía un lienzo, y movía magistralmente con su boca un pincel que daba forma a un hermoso paisaje.

El malabarista mientras recibía una monedas, vio el asombro de mi cara y me dijo: ¿Verdad que mi hermano es un artista? De pronto el chico sentado en la silla de ruedas se dio la vuelta y pude leer en el respaldo de su silla:
“Gracias señor por los dones que nos das, contigo nada nos faltará”
Eso me impactó profundamente y mientras el hombre-bulto se retiraba y el semáforo cambiaba del color rojo al verde, mi semáforo interior también cambió.
Desde aquél día, nunca más se me volvió a encender la luz roja que me paralizaba por la pereza. Siempre he tratado de mantener la luz verde encendida y realizar mis trabajos y actividades sin detenerme. Aquel día descubrí que ante aquellos jóvenes, yo era el más necesitado, el más incompleto. Desde aquel mismo día, nunca he dejado de agradecer.
Ahora no tengo todo lo que quiero; pero le doy gracias a Dios por lo que sí tengo. El salario apenas me alcanza para pagar las cuentas, pero gracias a Dios que por lo menos tengo un trabajo para ganar el sustento. Los problemas se multiplican como por arte de magia, pero gracias a Dios tengo paciencia y fortaleza para sobrellevarlos.
A veces creo que no podré seguir adelante con tanto conflicto; pero le doy gracias a Dios porque cada mañana siento dentro de mi corazón que sí puedo. Los años han ido pasando rápidamente, mi piel está un poco arrugada, y mis cabellos se están poniendo blancos; pero le doy gracias a Dios por la alegría que siento de vivir.
Cada día le doy gracias a Dios por los conflictos que pude resolver, por los problemas que pude superar, por la enfermedad que pude soportar, por el odio que se transformó en amor, por la soledad que pude sobrellevar.
“Le doy gracias a Dios por permitir que este mensaje llegara a mis manos y a las tuyas”

Papa Francisco: "La misericordia de Dios es una caricia sobre las heridas de nuestros pecados"


La misericordia divina es una gran luz de amor y de ternura, es la caricia de Dios sobre las heridas de nuestros pecados. Lo afirmó el Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
A partir del Evangelio de la adúltera perdonada el Papa Francisco explicó el significado de la misericordia de Dios. Se trata del conocido episodio en que los fariseos y los escribas llevan ante Jesús a una mujer sorprendida en adulterio y le preguntan qué hacer de ella, teniendo en cuenta que la ley de Moisés preveía la lapidación, por tratarse de un pecado considerado gravísimo.
“El matrimonio – afirmó el Papa – es el símbolo y también una realidad humana de la relación de Dios con su pueblo. Y cuando se arruina el matrimonio con un adulterio, se ensucia esta relación de Dios con el pueblo”. Pero los escribas y los fariseos plantean esta pregunta para tener un motivo para acusarlo: “Si Jesús hubiera dicho: ‘Sí, sí, adelante con la lapidación’, habrían dicho a la gente: ‘Pero éste es su maestro tan bueno… ¡Miren qué cosa ha hecho con esta pobre mujer!’. Y si Jesús hubiera dicho: ‘¡No, pobrecita! ¡Perdónenla!’, habrían dicho: ‘¡No cumple la ley!’… A ellos no les importaba la mujer; no les importaban los adúlteros, quizá alguno de ellos era adúltero… ¡No les importaba! ¡Sólo les importaba tender una trampa a Jesús!”. De ahí la respuesta del Señor: “¡Quien de ustedes esté sin pecado, arroje la primera piedra contra ella!”.
El Evangelio – observó el Papa – con “cierta ironía”, dice que los acusadores “se fueron, uno a uno, comenzando por los más ancianos. Se ve – dijo Francisco – que éstos en el banco del cielo tenían una buena cuenta corriente contra ellos”. Y Jesús permanece solo con la mujer, como un confesor, diciéndole: “Mujer, ¿dónde estoy? ¿Nadie te ha condenado? ¿Dónde estoy? Estamos solos, tú y yo. Tú ante Dios, sin las acusaciones, sin las habladurías. ¡Tú y Dios! ¿Nadie te ha condenado?”. La mujer responde: “¡Nadie Señor!”, pero no dice: “¡Ha sido una falsa acusación! ¡Yo no cometí adulterio!”, “reconoce su pecado”. Y Jesús afirma: “¡Ni siquiera yo te condeno! Ve, ve y de ahora en adelante no peques más, para no pasar un feo momento como este; para no pasar tanta vergüenza; para no ofender a Dios, para no ensuciar la hermosa relación entre Dios y su pueblo”. “¡Jesús perdona! – afirmó el Papa –. Pero aquí se trata de algo más que el perdón”:
“Jesús supera la ley y va más allá. No le dice: ‘¡El adulterio no es pecado!’. ¡No lo dice! Pero no la condena con la ley. Y éste es el misterio de la misericordia. Éste es el misterio de la misericordia de Jesús”.
“La misericordia – observó Francisco – es algo difícil de comprender”:
“Pero, ‘Padre, la misericordia ¿borra los pecados?’. ‘No, ¡lo que borra los pecados es el perdón de Dios!’. La misericordia es el modo con que Dios perdona. Porque Jesús podía decir: ‘Yo te perdono. ¡Ve!’, como dijo a aquel paralítico que le habían presentado desde el techo: ‘¡Te son perdonados tus pecados!’. Aquí dice: ‘¡Ve en paz!’. Jesús va más allá. Le aconseja que no peque más. Aquí se ve la actitud misericordiosa de Jesús: defiende al pecador de sus enemigos; defiende al pecador de una condena justa. También nosotros, cuántos de nosotros, quizá deberíamos ir al infierno, ¿cuántos de nosotros? Y esa condena es justa… y Él perdona más allá. ¿Cómo? ¡Con esta misericordia!”.
“La misericordia – afirmó el Papa – va más allá y hace la vida de una persona de tal modo que el pecado es arrinconado. Es como el cielo”:
“Nosotros miramos el cielo, tantas estrellas, tantas estrellas; pero cuando sale el sol, por la mañana, con tanta luz, las estrellas no se ven. Y así es la misericordia de Dios: una gran luz de amor, de ternura. Dios perdona pero no con un decreto, sino con una caricia, acariciando nuestras heridas del pecado. Porque Él está implicado en el perdón, está implicado en nuestra salvación. Y así Jesús hace de confesor: no la humilla, no le dice ‘¡Qué has hecho, dime! ¿Y cuándo la has hecho? ¿Y cómo lo has hecho? ¿Y con quién lo has hecho?’. ¡No! ‘¡Ve, ve y de ahora en adelante no peques más!’. Es grande la misericordia de Dios, es grande la misericordia de Jesús. ¡Perdonarnos, acariciándonos!”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).

viernes, 4 de abril de 2014

Meditación de la Palabra

Abril 4, 2014


Cuando los jefes religiosos buscaban a Jesús para matarlo, él los enfrentó con serenidad, pero decidido a cumplir la voluntad de su Padre. Cristo sí sabía quién era, de dónde venía y adónde iba; pero le pareció necesario cuestionar la afirmación de sus opositores de que ellos lo conocían (Juan 7, 28). Posiblemente se nos ocurra preguntar ¿por qué no llegaron a ver el poder de Dios que actuaba en él, o el amor de Dios que se manifestaba en sus palabras? El libro de la Sabiduría nos da una respuesta: “Así piensan los malos, pero se equivocan; su propia maldad los ha vuelto ciegos” (Sabiduría 2, 21).

Los detractores de Jesús pensaban que conocían al Señor, pero se equivocaban porque el verdadero entendimiento de quién es Jesús viene solamente a través de una revelación. Esta es la esencia de la oración: Buscar humildemente la presencia y la sabiduría de Dios. Cuando uno reconoce su absoluta necesidad y su condición de pecador, puede llegar a presentarse ante el Señor para que el Espíritu Santo le llene el corazón y la mente de la verdad divina, una verdad que nos transforma y nos enseña.
El Señor quiere levantarnos a todos y susurrarnos palabras de ternura y sabiduría. Ahora que nos encontramos a medio camino en la peregrinación cuaresmal hacia la Pascua, pídale al Espíritu Santo la revelación del corazón del Padre y abra los oídos para escuchar la voz de Jesús. Dios quiere darle mucho más: la gracia necesaria para comprender su amor, aceptar la cruz, obedecer su palabra y crecer en santidad.San Agustín, hablando por experiencia propia, explicó la diferencia que hay entre conocer algo acera de Dios con la mente natural y con una revelación: “Cuando joven, ambicionaba aplicar al estudio de las Sagradas Escrituras todos los refinamientos de la dialéctica. Lo hice, pero sin la humildad de un auténtico buscador. Se suponía que debía tocar a la puerta para que se abriera delante de mí; pero en lugar de eso, yo mismo la estaba cerrando, tratando de entender con arrogancia lo que solamente puede aprenderse con la humildad. Pero el Señor, que es todo misericordia, me levantó y me guardó” (Sermón 51, 6).
“Señor mío Jesucristo, quiero conocerte de verdad. Lléname de tu Espíritu Santo, te lo ruego, para que llegue a ser un receptor generoso de tu divina revelación.”
Sabiduría 2, 1. 12-22; Salmo 33, 17-21. 23

jueves, 3 de abril de 2014

 Meditación de la Palabra

Abril 3, 2014


Cuando afirmamos que Jesús es el Señor lo hacemos por la acción del Espíritu Santo.

No se debe a que seamos buenos ni sumamente inteligentes; sino a que Dios ha actuado en nosotros y ha vivificado la fe en nuestro corazón. Esto es lo que significa lo que Jesús dijo: “El Padre, que me envió, ha dado testimonio de mí.” De hecho, Dios no ha dejado jamás de dar testimonio de la majestad de Jesús ni de la redención que él ganó para el género humano.
¿Cómo es que Dios da testimonio de Cristo y lleva nuestro corazón a creer en él? No tiene que ser mediante manifestaciones espectaculares, ni obras portentosas. Ninguno de nosotros ha visto el cielo abierto ni a Jesús en forma física, al menos eso pensamos, pero de todas maneras creemos. ¿Por qué? Porque hemos experimentado la transformación que la presencia de Jesús ha causado en nuestra vida de un modo poderoso e innegable.


Día tras día, Dios nos manifiesta su presencia de maneras sencillas y sutiles, que si no ponemos atención podemos pasar por alto; sin embargo, mientras más nos acostumbremos a pasar tiempo con el Señor —en oración mental, en Misa, frente al Santísimo o leyendo la Sagrada Escritura— más sensibles seremos a las mociones del Espíritu Santo.
Comenzaremos a detectar su amor en el servicio que prestan los sacerdotes, que trabajan incansablemente en nuestras parroquias muchas veces sin que nadie les agradezca; escucharemos la voz suave e imperceptible del Señor en las palabras consoladoras y reconfortantes de algún amigo en tiempos de adversidad; reconoceremos la mano de Dios cuando nos sintamos empujados a orar por algún enfermo e incluso percibiremos la presencia de Dios en aquellos que dicen no creer en él pero que tratan a sus semejantes con dignidad y respeto.
En muchas circunstancias del diario vivir, Dios trabaja dando testimonio de su Hijo y ofreciéndonos una parte en sus bendiciones y su amor. Si usted no cree haberlo experimentado conscientemente, pídale al Señor que le abra los ojos hoy para ver las numerosas personas y situaciones que dan testimonio de la salvación que Jesús obtuvo para usted en la cruz.
“Jesús, Señor mío, abre mis ojos para que vea las muchas maneras en que estás derramando tu amor sobre mí y los míos; luego, abre mis labios, te lo ruego, para alabarte y darte gracias.”
Éxodo 32, 7-14; Salmo 105, 19-23
Fuente: http://la-palabra.com/meditations/current/

miércoles, 2 de abril de 2014

Canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII 


(Zenit).- Falta menos de un mes para que el Santo Padre canonice a dos de sus predecesores. Juan Pablo II y Juan XXIII serán proclamados santos el 27 de abril en una ceremonia que tendrá lugar en la plaza de San Pedro y en la que miles de personas podrán ser testigos de este momento importante para la Iglesia universal.
El padre Federico Lombardi ha asegurado que por parte del Vaticano no se han hecho previsiones de los fieles que acudirán a Roma para tal evento, si bien recordó que “toda la plaza de San Pedro, más vía de la Conciliación contienen al máximo unas 250 mil, 300 mil personas. Y Roma ciudad tiene una población de 3,7 millones de personas y en cada autobús caben unas 50 personas”. Con estos datos quiso dar a entender lo desproporcionado de algunas previsiones de algunos medios que en estos días hablaban de hasta 5 millones de peregrinos que acudirían a la canonización.
Asimismo ha recordado que no se repartirán billetes de entrada a la plaza, es decir, los peregrinos que lleguen primero serán los que consigan entrar en el espacio preparado para seguir la ceremonia desde la plaza. “Pueden venir a Roma todos lo que lo deseen, hay lugar para todos”, añadió el portavoz. Por otro lado, respondiendo a la pregunta de un periodista, el padre Lombardi ha indicado que la posibilidad de que el Papa emérito esté presente en la canonización es una posibilidad abierta, pero no hay nada seguro aún.
En una rueda de prensa realizada ayer en la Sala de Prensa del Vaticano, se han dado a conocer algunos detalles sobre el desarrollo y los eventos previstos para la canonización.  Estuvieron presentes el cardenal Agostino Vallini, vicario para la diócesis de Roma; monseñor Giulio Dellavite, secretario general de la curia diocesana de Bérgamo y monseñor Walter Insero, encargado de la Oficina para las Comunicaciones Sociales del vicariado de Roma.
El cardenal Vallini ha indicado que el 27 de abril será una celebración de carácter espiritual, es decir, no se trata de organizar la transmisión de un mensaje de carácter humano o una fiesta cualquiera, "es algo espiritual, es la fiesta de la santidad".
Además, el purpurado ha recordado la gran labor que ambos pontífices hicieron en la diócesis como "obispos de Roma". Y por ello, ha indicado que si hay un hilo de unión entre Juan Pablo II y Juan XXIII, ese es la fe, "el mensaje que debe llegar a todos es que a la luz de la fe han vivido y alcanzado esta meta".
Finalmente ha explicado que desde la diócesis se hace este llamamiento a vivir una experiencia espiritual y ha aclarado que es la razón por la que no han querido organizar actividades "que hicieran perder de vista el centro fundamental que es la Gracia de Dios".
Por otro lado, monseñor Insero ha mostrado la parte más técnica y relacionada con la comunicación sobre los preparativos para el día de la canonización.
El martes 22 de abril, a las 20.30, la Basílica de San Juan de Letrán acogerá un encuentro para jóvenes presidido por el cardenal Vallini y contará con la intervención de los dos postuladores: monseñor Slavomir Oder (de la Causa de Juan Pablo II) y el padre Giovangiuseppe Califano (de la Causa del Juan XXIII). Se concluirá el encuentro con una catequesis de don Fabio Rosini, director del Servicio para las vocaciones del vicariado de Roma.
El sábado 26 a partir de las 21.00 tendrá lugar la "noche blanca de oración". De este modo, las iglesias del centro de Roma estarán abiertas y será posible rezar y confesarse. Para esta vigilia se prepararán fragmentos bíblicos y textos de los dos papas para ser meditados en la oración. 11 serán las iglesias habilitadas, en las que la animación litúrgica se realizará en distintas lenguas.
Por otro lado, Monseñor Insero ha indicado cuáles son los instrumentos de comunicación previstos para dar a conocer y difundir la canonización. Se ha preparado una plataforma digital, "con el objetivo de ofrecer a los peregrinos y a los fieles la posibilidad de acceder a las noticias, a las informaciones útiles relaciones con las celebraciones y a las reflexiones espirituales relativas a la vida y a la enseñanza de los dos papas".
La página web oficial es www.2papisanti.org, disponible en cinco lenguas italiano, inglés, francés, español y polaco, donde se podrá acceder a noticias, eventos, informaciones y área específica para la prensa, contactos, imágenes y vídeos, junto a documentos biográficos y espirituales, "que permiten conocer mejor el recorrido de santidad de Juan XXIII y Juan Pablo II".

Para Reflexionar:

El conserje y el presidente

Había una vez un conserje que trabajó para la misma empresa durante cuarenta años. Jamás ascendió de puesto. Siempre fue el conserje y nunca tuvo a nadie a sus órdenes. Nunca pudo comprar un automóvil, ni una casa para su familia.
Era un buen conserje. Se esmeraba por mantener en perfectas condiciones la entrada del edificio. Los objetos de metal relucían, las ventanas estaban impecables, las alfombras nunca se veían sucias. Además siempre tenía una sonrisa y palabras alentadoras para sus compañeros de trabajo. Durante todos los años que trabajó en esa empresa, nadie lo oyó quejarse.
Las personas le preguntaban: ¿Por qué trabajas tanto? A lo que el conserje respondía: Mira mi trabajo, no sólo lo hago para los demás, lo hago como si lo hiciera para Jesús. Él es mi mejor amigo, lo amo y quiero hacer lo mejor para Él. Es lo menos que puedo hacer por alguien que dio su vida por mí.
Algunos se reían y seguían su camino. Otros le preguntaban, extrañados: ¿Jesús, tu amigo? ¿Cómo puede ser Él tu amigo? Si ni siquiera se lo ve.
El conserje, sin mediar palabra, respondía con una sonrisa, todos percibían un gran amor que se reflejaba a través de sus ojos cuando les contaba a sus compañeros como era su relación con Jesús. Nunca estaba demasiado ocupado o cansado para hablar del amor del Señor en su vida.
En la misma empresa comenzó a trabajar al mismo tiempo que el conserje, otro hombre. Era un prestigioso profesional que fue ascendiendo, hasta llegar a ser vendedor, llegó a ser el mejor de su departamento. En un tiempo récord se convirtió en gerente de ventas, luego en gerente regional, después vicepresidente y finalmente, en el más joven presidente que había tenido la compañía.
Estando a su cargo la empresa se expandió hasta llegar a ser líder internacional y bajo su dirección la compañía adquirió otras empresas que prosperaron muy rápidamente.
En vista de sus evidentes aptitudes, talento y éxitos, con frecuencia le pedían que diera conferencias. Incluso lo visitaban ejecutivos y directivos de otras empresas para preguntarle el motivo de su éxito. Siempre daba la misma respuesta: En este país las oportunidades son ilimitadas, he puesto mucho esfuerzo, empeño y sobre todo he trabajado muchísimo. Lo que yo logré, ustedes también pueden hacerlo si lo creen posible.
Al cabo de los años lo eligieron miembro del consejo rector de su antigua universidad y era un respetado miembro en la iglesia a la que asistía los domingos con su familia.
Pero cada lunes, cuando su actividad comenzaba, se olvidaba de los sermones, que lo inspiraban a estar más cerca de Dios y de su familia, que del trabajo y los negocios y con el tiempo los negocios, las conferencias y toda actividad relacionada con su profesión, llegaron a ser su prioridad.
Cuando llegó el momento, tras una larga y exitosa trayectoria y en medio de la admiración de las personas que lo conocían y rodeaban en sus negocios, se retiró.
Curiosamente, los dos hombres, el conserje y el ejecutivo fallecieron el mismo día y cada uno compareció ante Dios para dar cuenta de lo realizado en sus vidas.
El ejecutivo fue el primero. Dios le puso la mano en el hombro y le dijo: Has empleado bien tu vida. Te di inteligencia y oportunidades. Has trabajado mucho y aprovechado cuanto te puse delante. Tus logros son muchos. Sin embargo, debes dejar atrás todo lo que construiste. Tus casas y automóviles, tus empresas y tus actividades eran algo bueno, pero no son parte de mi Reino. Aquí no hace falta tu dinero. Has trabajado mucho, pero de forma imprudente, porque ganaste lo material, pero dejaste de lado muchas cosas importantes.
El conserje estaba a corta distancia, observaba con humildad, temor y asombro. Si el Señor no elogiaba a todo un prestigioso profesional, ¿qué podría esperar un simple conserje? Estaba cabizbajo y por sus mejillas rodaban algunas lágrimas.

De pronto, Jesús le puso una mano sobre el hombro y le dijo: Levanta tu cabeza y mírame a los ojos. El conserje obedeció y así por primera vez pudo ver el rostro de la persona que más amaba en el mundo.
Con una sonrisa Jesús le dijo: Date la vuelta y mira. No podía entender lo que veía, una multitud se le acercaba y sus rostros reflejaban un amor y un gozo que jamás había visto. Miró a Jesús, y le dijo: Señor, sólo reconozco a unos pocos ¿Quiénes son los otros?
Jesús le dijo: Los que reconoces son personas a las que les hablaste de mi amor. Los otros son personas que escucharon hablar de mi amor, pero no a través de ti, sino a través de las palabras de aquellos a quienes tú habías hablado. Todos ellos han venido a darte las gracias. Ve junto a ellos y disfruta del gozo que he preparado para todos aquellos que obedecieron mi palabra.
A poca distancia, un coro de ángeles cantaba mientras el conserje y sus amigos, con una alegría inexplicable, disfrutaban de las maravillas que les había preparado el Señor.
Los dos hombres tuvieron las mismas oportunidades.  Uno dedicó su vida a los negocios, con el  fin de ser millonario; el otro, puso su vista en las cosas del Señor, vivió sin importarle lo material. Su amor a Dios y al prójimo, fue su prioridad, por lo que se hizo rico y almacenó su fortuna en el banco de Dios. La fortuna del ejecutivo fue temporal, la del conserje fue eterna.
¿A cuál de los dos hombres quieres imitar? La decisión es tuya.

martes, 1 de abril de 2014

El Silencio de Dios

Cuenta una antigua Leyenda Noruega, acerca de un hombre llamado Haakon, encargado de cuidar una ermita en la que había una cruz muy antigua a la que acudía la gente para orar con mucha devoción a Cristo.
    Un día el ermitaño Haakon, se arrodillo ante la cruz y dijo: Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu lugar, quiero reemplazarte en la cruz.  El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras: Amado hijo, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición. ¿Cual, Señor?, preguntó Haakon. ¿Es una condición difícil?  ! Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!, respondió el viejo ermitaño. 
     
Escucha: suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de permanecer siempre en silencio.
Haakon contestó: Os, lo prometo, Señor! Y se efectuó el cambio.
     
Nadie advirtió el cambio. Nadie reconoció al ermitaño, colgado en la cruz. El Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y este por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada.
    
Pero un día, llego un rico y al irse después de haber orado, se olvidó su billetera.Haakon lo vio y calló.
Dos horas después vino un pobre, vio la billetera y se la quedó.
Tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su bendición antes de emprender un largo viaje.           
En ese momento volvió a entrar el rico en busca de su billetera. Al no encontrarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se dirigió al joven y le dijo acusadoramente!Dame la billetera que me has robado!. El joven sorprendido, replicó: ¡No he robado nada! ¡No mientas, devuélvemela enseguida!.      
    
¡Le repito que no he tomado ninguna billetera!, afirmó el muchacho. El rico arremetió furioso contra él. Pero en ese instante, se escucho una fuerte voz: ¡Detente!
    
El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. El rico se quedó anonadado y salió de la ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje.      
    
Cuando la ermita se quedó a solas, Cristo se dirigió a su siervo y le dijo: Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio.
    
Señor, - dijo Haakon - ¿Como iba a permitir esa injusticia?
Cambiaron de nuevo el puesto. Jesús ocupó la cruz de nuevo y el ermitaño se quedó allí de pie.
    
El Señor, siguió hablando: Tu no sabias que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. En este momento acaba de hundirse el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabias nada. Yo si. Por eso callo. Y el Señor nuevamente guardó silencio.
    
Muchas veces nos preguntamos ¿por qué razón Dios no nos contesta....?
¿Por qué se queda callado Dios?      
    
Muchos de nosotros quisiéramos que El nos respondiera lo que deseamos oír pero... Dios no es así. Dios nos responde aún con el silencio.
    
Debemos aprender a escucharlo. Su divino silencio, son palabras destinadas a convencernos de que, El sabe lo que está haciendo, en su silencio nos dice con amor:
“Calla en presencia de Dios, y espera paciente a que actúe; no te enojes por causa de los que prosperan, ni por los que hacen planes malvados”